lunes, 16 de diciembre de 2013

La Muy Mala Suerte.

Suerte era el nombre de una bruja malvada y caprichosa. Tanto daño hacía con sus hechizos, que todos temían que “la Mala Suerte” pasara siquiera cerca de sus casas. Constantemente trataban de esconderse de ella, ocultándose en cualquier lugar.
Pero una noche, un joven decidió salir a su encuentro. Cuando la bruja lo vio llegar tan decidido y valiente, le preguntó sorprendida:
- ¿A dónde vas tan tarde, joven? ¿Cómo es que no tienes miedo?
Es que voy en busca de una bruja. La llaman la Buena Suerte- respondió el muchacho.
- Te equivocas- dijo la bruja- Yo soy esa bruja, aunque me llaman la Mala Suerte. Esa que dices no existe.
- Ah, claro que existe. Simplemente no eres tú. Será otra bruja con un nombre parecido.
Suerte era una bruja solitaria, y como buena bruja solitaria estaba segura de que no había ninguna otra bruja en toda la comarca, y menos aún con su mismo nombre. Así que insistió.
- Entonces tienes que estar buscándome a mí, a la Mala Suerte.
- Que noooo -respondió obstinado el joven- ¿Has oído alguna vez que alguien busque a la Mala Suerte? ¡Claro que no! Te repito que yo busco a la Buena Suerte.
La bruja se molestó un poco, pero segura como estaba de que se trataba de ella, decidió investigar un poco.
- ¿La has visto alguna vez? ¿Cómo la vas a reconocer? - preguntó.
- No la he visto nunca, pero será fácil reconocerla. Dicen que hace cosas buenas.
- Yo puedo hacer cosas buenas- respondió la bruja-. ¡Mira!
Y al decir eso, convirtió una piedra en una sabrosísima manzana, y se la ofreció al joven.
- No es solo eso. La Buena Suerte protege a los que la encuentran.
- ¡Pero yo también! - protestó la bruja, al tiempo que golpeaba el hombro del joven para apartar un escorpión que estaba a punto de clavarle su aguijón.
Así siguieron hablando durante toda la noche. A cada cosa que comentaba el joven, la bruja trataba de convencerlo de que era a ella a quien buscaba. Cuando llegó la hora de separarse, el joven dijo.
- Casi me has convencido, pero hay una cosa más. La Buena Suerte siempre espera a los que la buscan.
- ¡Yo también lo haré! Vuelve mañana a buscarme - se despidió la bruja.
Y aunque la bruja siguió haciendo de las suyas, cada noche volvía a esperar al joven. A veces cambiaba de sitio, o de forma, o de ánimo, o de color, pero siempre estaba allí, esperando al joven. Y a quienes se atrevan a salir a buscarla, para quienes ha reservado sus mejores cuidados y regalos.
Una NAVIDAD Perfecta

Claudio estaba encantado con el reparto. De entre todas las cosas que había que preparar para el nacimiento de Jesús, a él le había tocado "El altavoz". Y no era un altavoz cualquiera, era el altavoz a través del cuál se oirían las voces de los ángeles y del mismo Dios directamente desde el Cielo hasta la Tierra. Para ser un angelito normal había tenido mucha suerte, porque la mayoría de cosas importantes se les habían encargado a los impresionantes y magníficos arcángeles y otros ángeles de mayor nivel. Pero como todos sabían que Claudio, además de ser un angelito encantador, era un loco de la tecnología, pensaron que sería el más adecuado para inventar un aparato tan complejo.
Claudio tenía en la cabeza mil ideas para el diseño, y se puso a trabajar de inmediato. Pero cuando solo llevaba un ratito, apareció por allí Rafael, uno de sus arcángeles favoritos
- ¿Puedes echarnos una mano con el palacio, Claudio? Necesitamos una puerta que se abra automáticamente al paso de María y José.
- ¡Claro! - dijo tan dispuesto como siempre - Esto que estoy haciendo puede esperar.
Varios días le llevó al angelito completar la difícil puerta, y otros tantos más ir completando los muchos inventillos que siguió pidiéndole Rafael. Pero el resultado mereció la pena: construyeron un palacio digno del mayor de los reyes que fuera a pisar la tierra. Tanto, que cuando no miraba nadie, los ángeles se asomaban desde el cielo para poder admirarlo.
Andaba Claudio de regreso para ponerse con su altavoz, cuando el arcángel Miguel lo vio a lo lejos.
- Claudio, por favor ¿puedes ayudarnos con unos retoques de vestuario? Queremos que cuando suenen los cantos del coro los vestidos de quienes los escuchen reluzcan con oro, piedras preciosas y luces de colores, y que las ropas de María, José y el Niño ondulen al ritmo de la música.
- ¡Qué idea tan magnífica, Miguel! Eso quedará estupendo. Voy enseguida a ayudaros.
Tardaron también varios días en completar todos aquellos efectos de vestuario, pero no podían haber hecho algo más bonito. Venían angelitos desde todos los rincones del universo para contemplar aquella maravilla y felicitar efusivamente a Miguel.
También Gabriel pidió a Claudio que le ayudara con los efectos de luz y sonido para el coro celestial. Y luego llegaron los querubines con sus mil peticiones, y otro montón de ángeles de niveles superiores con encargos tan importantes que Claudio no podía dejar de ayudarles. Y todo quedó tan perfecto y maravilloso, que los ángeles se felicitaban unos a otros muy satisfechos y orgullosos, y esa misma noche, la anterior al nacimiento, lo celebraron una gran fiesta.
Pero Claudio no pudo asistir, pues después de tantísimo trabajo, recordó que su propio encargo, el altavoz ¡¡aún no estaba ni empezado!!
Allí se quedó solo Claudio trabajando a toda prisa en su altavoz, oyendo de fondo la música de la fiesta. Trabajaba con lágrimas en los ojos, sabiendo que no iba a llegar a tiempo, y entonces apareció a su lado el mismísimo Dios.
- Hola, mi querido Claudio ¿qué haces aquí que no estás en la fiesta?
El angelito, avergonzado, solo mostró su altavoz a medio hacer y los ojos llenos de lágrimas.
- Ya veo. Sé que estuviste ocupado ayudando a otros, pero ¿no viene nadie a ayudarte?
- Bueno, están celebrando una gran fiesta y se lo merecen- respondió Claudio-. Han trabajado mucho y todo ha quedado magnífico. Además, no podrían ayudarme aunque quisieran, este invento es muy complicado.
- Hmmmm- fue lo único que dijo Dios mientras daba media vuelta. No parecía especialmente contento.
Claudio estaba aterrado. Sabía que solo llegaría a tiempo si Dios decidiera ayudarle, pero se moría de vergüenza de pedírselo. Como si leyera sus pensamientos, Dios se volvió para decirle:
- Bueno, hazlo lo mejor que puedas. Pero sobre todo, que suene fuerte.
Claudio no tuvo tiempo. Era justo la hora cuando terminó de unir todas las piezas, y llegó a su sitio por los pelos, en el mismo momento en que Gabriel daba la señal para comenzar. El coro aclaró sus voces y, por un segundo, todos fijaron sus ojos en Claudio. El angelito los cerró, dijo una oración, y encendió el altavoz a toda potencia.
¡¡BOOOOOOM!! Una tremenda explosión sacudió el cielo, que se abrió para dar acceso a la tierra y transmitir el canto de los ángeles. Pero la fuerza de la explosión fue tan grande que se extendió como un terremoto y un huracán sobre la tierra, arrasando todo lo que habían preparado: el palacio se vino abajo y solo quedaron los restos de algunas paredes; el lugar apareció frío, incómodo, sucio y desordenado, e incluso los bellos vestidos de todos los que verían al niño volaron por los aires y quedaron hechos unos trapos. En unos segundos, lo único que quedó de todo lo que habían preparado fueron las voces del coro celestial, y un destello brillante en el cielo, el del gran altavoz que ardía lentamente.
Nadie en el cielo se atrevió a decir nada. Sólo miraban al avergonzado Claudio con pena y decepción, avergonzados ellos mismos por haberle dejado tan solo. Pero entonces nació el Niño, y en lugar del llanto que todos esperaban, una alegre risa inundó el cielo y la tierra. Una risa que se contagió a todos, y que les hizo saber que Dios estaba encantado con aquella preparación, mucho más pobre, pero hecha por Claudio a base de ayudar a los demás olvidándose de sus problemas.
Y como si esperasen que algo así fuera a suceder, los tres arcángeles susurraron para sus adentros: "Este sí que es el estilo del Señor. Todo ha salido perfecto".

El Pajarillo De Piedra


Hubo una vez un pájaro de piedra. Era una criatura bella y mágica que vivía a la entrada de un precioso bosque entre dos montañas. Aunque era tan pesado que se veía obligado a caminar sobre el suelo, el pajarillo disfrutaba de sus árboles día tras día, soñando con poder llegar a volar y saborear aquel tranquilo y bello paisaje desde las alturas.
Pero todo aquello desapareció con el gran incendio. Los árboles quedaron reducidos a troncos y cenizas, y cuantos animales y plantas vivían allí desaparecieron. El pajarillo de piedra fue el único capaz de resistir el fuego, pero cuando todo hubo acabado y vio aquel desolador paisaje, la pena y la tristeza se adueñaron de su espíritu de tal modo que no pudo dejar de llorar.
Lloró y lloró durante horas y días, y con tanto sentimiento, que las lágrimas fueron consumiendo su piedra, y todo él desapareció para quedar convertido en un charquito de agua.
Pero con la salida del sol, el agua de aquellas lágrimas se evaporó y subió al cielo, transformando al triste pajarillo de piedra en una pequeña y feliz nubecita capaz de sobrevolar los árboles.
Desde entonces la nube pasea por el cielo disfrutando de todos los bosques de la tierra, y recordando lo que aquel incendio provocó en su querido hogar, acude siempre atenta con su lluvia allá donde algún árbol esté ardiendo.